Ponemos a disposición de nuestros
lectores un fragmento del prólogo de Corrupción
y pecado[1],
del cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy el papa Francisco, para recordar su
magisterio y para que nadie luego se sorprenda, como ocurre actualmente en la Argentina en algunos sectores. Buena lectura.
¡Pero qué difícil es que el vigor
profético resquebraje un corazón corrupto! Está tan abroquelado en la
satisfacción de su autosuficiencia que no permite ningún cuestionamiento.
“acumula riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios” (Lc 12,21). Se
siente cómodo y feliz como aquel hombre que planeaba construir nuevos graneros
(Lc 12,1621), y si la situación se le pone difícil conoce todas las coartadas
para escabullirse como lo hizo el administrador coimero (Lc 16,1-8) que
adelantó la filosofía porteña de “el que no afana es un gil”. El corrupto ha
construido una autoestima basada precisamente en este tipo de actitudes
tramposas, camina por la vida por los atajos del ventajismo a precio de su
propia dignidad y la de los demás. El corrupto tiene cara de yo no fui, “cara
de estampita” como decía mi abuela. Merecería un doctorado honoris causa en
cosmetología social. Y lo peor es que termina creyéndoselo. ¡Y qué difícil es
que allí entre la profecía! Por ello, aunque digamos “pecador sí”, gritemos con
fuerza “pero corrupto, no!”.