18 marzo 2013

CORRUPCIÓN Y PECADO





Ponemos a disposición de nuestros lectores un fragmento del prólogo de Corrupción y pecado[1], del cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy el papa Francisco, para recordar su magisterio y para que nadie luego se sorprenda, como ocurre actualmente en la Argentina en algunos sectores. Buena lectura.

¡Pero qué difícil es que el vigor profético resquebraje un corazón corrupto! Está tan abroquelado en la satisfacción de su autosuficiencia que no permite ningún cuestionamiento. “acumula riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios” (Lc 12,21). Se siente cómodo y feliz como aquel hombre que planeaba construir nuevos graneros (Lc 12,1621), y si la situación se le pone difícil conoce todas las coartadas para escabullirse como lo hizo el administrador coimero (Lc 16,1-8) que adelantó la filosofía porteña de “el que no afana es un gil”. El corrupto ha construido una autoestima basada precisamente en este tipo de actitudes tramposas, camina por la vida por los atajos del ventajismo a precio de su propia dignidad y la de los demás. El corrupto tiene cara de yo no fui, “cara de estampita” como decía mi abuela. Merecería un doctorado honoris causa en cosmetología social. Y lo peor es que termina creyéndoselo. ¡Y qué difícil es que allí entre la profecía! Por ello, aunque digamos “pecador sí”, gritemos con fuerza “pero corrupto, no!”.


Una de las características del corrupto frente a la profecía es un cierto complejo de incuestionabilidad. Ante cualquier crítica se pone mal, descalifica a la persona o institución que la hace, procura descabezar toda autoridad moral que pueda cuestionar, recurre al sofisma y al equilibrismo nominalista-ideológico para justificarse, desvaloriza a los demás y arremete con el insulto a quines piensan distinto (cf Jn 9,34). El corrupto suele perseguirse de manera inconsciente, y es tal la irritaciónque le produce esta autopersecución que la proyecta hacia los demás y, de autoperseguido, se transforma en perseguidor. San Lucas muestra la furia de estos hombres (cf Lc, 6,11) ante la verdad profética de Jesús: “pues ellos se enfurecieron, y deliberaban entre sí para ver qué podrían hacer contra Jesús”. Persiguen imponiendo un régimen de terror a todos aquellos que los contradicen (cf Jn 9,22) y se vengan expusándolos de la vida social (cf Jn 9,34-35). Le tienen miedo a la luz porque su alma ha adquirido características de lombriz: en tinieblas y bajo tierra. El corrupto aparece en el Evangelio jugando con la verdad: poniendo trampas a Jesús (cf Jn 8,1-11; Mt 22,15-22; Lc 20,1-8), intrigando para sacarlo de en medio (cf Jn 11,45-57; Mt 12,14), coimeando a quien tiene capaidad para traicionar (cf Mt 26,14-16) o a los funcionarios de turno (cf Mt 28,11-15). San Juan engloba en una sola frase: “la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron” (Jn 1,5). Hombres que no perciben la luz. Podemos releer los evangelios buscando los rasgos típicos de estos personajes y su reacción ante la luz que trae el Señor.


[1] Card. Jorge Mario Bergoglio, Corrupción y pecado,  Buenos Aires, Editorial Claretiana, 2005, pp. 8-10.