La JP de Merlo luchó en primera fila el 16 de diciembre de 1982. |
A la memoria de Dalmiro FLORES
Por Horacio Enrique POGGI
La
derrota en Malvinas precipitó la salida democrática. No la determinó como
sostienen quienes le adjudican la recuperación de la democracia a Margaret
Thatcher. Es decir, que algunos intelectuales abonan la tesis: “sin triunfo
inglés no habría habido democracia”. Disentimos. La derrota bélica hizo posible
que los hechos políticos coadyuvaran en la consecución del resultado final
coronado el 30 de octubre de 1983. Pero de ningún modo la victoria británica
por sí misma, desde de su propia lógica rectora, legitimó y estableció lo que a
todas luces ha sido una conquista colectiva.
La
legitimidad de la recuperación democrática halla su origen en la rebelión social en paz que inaugura una escalada progresiva -y con diversos matices- hacia 1979
con, por lo menos, dos hechos resonantes: el paro y movilización del Grupo
Sindical de los 25 y las miles de denuncias por crímenes de lesa humanidad que
recibe la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos en su visita a Buenos Aires. También hay que destacar la
silente pero audaz reclamación de las Madres de Plaza de Mayo que venía de
antes. Como así también la campaña de los exiliados en el exterior que
desenmascararon el plan criminal de las FF.AA. ante el mundo. Estas acciones se
corporizaron en la consigna “luche y se van” que se convirtió en una verdadera hoja
de ruta de reivindicaciones postergadas y aniquiladas por el terrorismo de
Estado.
Convengamos
que la dictadura tenía la credibilidad por el piso cuando le declara la guerra
a la OTAN el 2
de abril. Estaba al borde del nocaut y consiguió con ese manotazo de ahogado un
poco de oxígeno que le duró apenas 74 días. Por eso el 14 de junio, día de la
rendición de Puerto Argentino, el conflicto político y social retrocede al 30
de marzo de 1982, jornada de lucha en que las fuerzas populares y democráticas
habían ganado la calle para expresar su repudio a los militares siendo
brutalmente reprimidas. Muestra fehaciente de que la apertura democrática ya
era una exigencia –latente y expresa- en vastos sectores de la opinión pública.
Con
estas reflexiones queremos conceptualizar que la recuperación democrática fue
una conquista del pueblo argentino y no una concesión graciosa del extranjero.
Y para que esa conquista tuviera éxito, se necesitaban condiciones objetivas
previas que son fáciles de comprobar si analizamos el pasado desde una
perspectiva neutral. Antes del 2 de abril, reiteramos, ya existía un clima
peticionante a favor de una salida democrática. Los partidos políticos, la CGT , el Episcopado, los
organismos de derechos humanos, las juventudes políticas, Teatro Abierto, Adolfo
Pérez Esquivel, entre otros, luchaban –cada uno de acuerdo a su papel
específico- por el pronto restablecimiento del Estado de Derecho.
Por
supuesto que la rendición de Puerto Argentino significó una catástrofe para la
dictadura en todos los órdenes, con consecuencias que pagaría el país ulteriormente. El desmoronamiento fue
inevitable y la olla a presión que era la sociedad, reventó. No asistíamos a un
cambio de humor oportunista, sino a la defenestración irrevocable de la
dictadura.
Vale
recordar, además, que se llegaba a esa instancia de definiciones luego de que
en la Plaza de
Mayo, en plena euforia soberana, un inmenso sector había advertido: “Galtieri,
Galtieri, prestá mucha atención/las Malvinas Argentinas/Pero el pueblo es de
Perón”. Y a ello sumémosle a quienes como Raúl Alfonsín, no avalaban la
aventura del Atlántico Sur. Así, el consenso malvinero era unánime en el fondo
pero no en la forma. Sin embargo el aparato estatal se encargaba de convertirlo
en una causa nacional de todos los argentinos aprovechando el sentimiento
positivo de las mayorías con las islas australes irredentas. Por tanto, una
cosa era reivindicar la soberanía de las Islas Malvinas y otra diametralmente
opuesta era apoyar a la dictadura. Aunque seamos sinceros, un enorme sector
social había aplaudido a los militares golpistas, y censurado a la democracia,
tanto en los prolegómenos del 24 de marzo de 1976 como en la posterior
ejecución del plan Videla-Martínez de Hoz. De ahí que la dictadura haya tenido
un carácter cívico-militar ostensible e indiscutible.
Con
un frondoso bagaje de lucha y de bronca organizada, la Multipartidaria
convocaba a Plaza de Mayo para el 16 de diciembre de 1982 a una movilización de
la civilidad, por la democracia y la vigencia plena de la Constitución. El nivel
de representación política y social alcanzó ese día un punto de inflexión que
la dictadura no dejó pasar por alto. Entonces, la fiesta cívica fue empañada
una vez más con represión. Los criminales tiraron a matar y mataron. Dalmiro
Flores, un joven obrero del gremio de la Construcción , cayó
asesinado a pocos metros del Cabildo. Su sangre derramada no empañaba la salida
democrática. La vigorizaba. Y ganó la República.
Treinta
años después quienes tuvimos el honor de participar en aquella jornada
histórica, sin rencores ni sed de venganza, continuamos recorriendo los caminos
de la verdad y la justicia, unidos en la diversidad, con tolerancia, con respeto
al que piensa distinto, porque pueblo somos todos y porque “para un argentino
no puede haber nada mejor que otro argentino”.