15 diciembre 2013

DEMOCRACIA: UNA CONQUISTA COLECTIVA


La JP de Merlo luchó en primera fila el 16 de diciembre de 1982.

A la memoria de Dalmiro FLORES


Por Horacio Enrique POGGI


La derrota en Malvinas precipitó la salida democrática. No la determinó como sostienen quienes le adjudican la recuperación de la democracia a Margaret Thatcher. Es decir, que algunos intelectuales abonan la tesis: “sin triunfo inglés no habría habido democracia”. Disentimos. La derrota bélica hizo posible que los hechos políticos coadyuvaran en la consecución del resultado final coronado el 30 de octubre de 1983. Pero de ningún modo la victoria británica por sí misma, desde de su propia lógica rectora, legitimó y estableció lo que a todas luces ha sido una conquista colectiva.

La legitimidad de la recuperación democrática halla su origen en la rebelión social en paz que inaugura una escalada progresiva -y con diversos matices- hacia 1979 con, por lo menos, dos hechos resonantes: el paro y movilización del Grupo Sindical de los 25 y las miles de denuncias por crímenes de lesa humanidad que recibe la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en su visita a Buenos Aires. También hay que destacar la silente pero audaz reclamación de las Madres de Plaza de Mayo que venía de antes. Como así también la campaña de los exiliados en el exterior que desenmascararon el plan criminal de las FF.AA. ante el mundo. Estas acciones se corporizaron en la consigna “luche y se van” que se convirtió en una verdadera hoja de ruta de reivindicaciones postergadas y aniquiladas por el terrorismo de Estado.

Convengamos que la dictadura tenía la credibilidad por el piso cuando le declara la guerra a la OTAN el 2 de abril. Estaba al borde del nocaut y consiguió con ese manotazo de ahogado un poco de oxígeno que le duró apenas 74 días. Por eso el 14 de junio, día de la rendición de Puerto Argentino, el conflicto político y social retrocede al 30 de marzo de 1982, jornada de lucha en que las fuerzas populares y democráticas habían ganado la calle para expresar su repudio a los militares siendo brutalmente reprimidas. Muestra fehaciente de que la apertura democrática ya era una exigencia –latente y expresa- en vastos sectores de la opinión pública.

Con estas reflexiones queremos conceptualizar que la recuperación democrática fue una conquista del pueblo argentino y no una concesión graciosa del extranjero. Y para que esa conquista tuviera éxito, se necesitaban condiciones objetivas previas que son fáciles de comprobar si analizamos el pasado desde una perspectiva neutral. Antes del 2 de abril, reiteramos, ya existía un clima peticionante a favor de una salida democrática. Los partidos políticos, la CGT, el Episcopado, los organismos de derechos humanos, las juventudes políticas, Teatro Abierto, Adolfo Pérez Esquivel, entre otros, luchaban –cada uno de acuerdo a su papel específico- por el pronto restablecimiento del Estado de Derecho.

Por supuesto que la rendición de Puerto Argentino significó una catástrofe para la dictadura en todos los órdenes, con consecuencias que pagaría el país  ulteriormente. El desmoronamiento fue inevitable y la olla a presión que era la sociedad, reventó. No asistíamos a un cambio de humor oportunista, sino a la defenestración irrevocable de la dictadura.

Vale recordar, además, que se llegaba a esa instancia de definiciones luego de que en la Plaza de Mayo, en plena euforia soberana, un inmenso sector había advertido: “Galtieri, Galtieri, prestá mucha atención/las Malvinas Argentinas/Pero el pueblo es de Perón”. Y a ello sumémosle a quienes como Raúl Alfonsín, no avalaban la aventura del Atlántico Sur. Así, el consenso malvinero era unánime en el fondo pero no en la forma. Sin embargo el aparato estatal se encargaba de convertirlo en una causa nacional de todos los argentinos aprovechando el sentimiento positivo de las mayorías con las islas australes irredentas. Por tanto, una cosa era reivindicar la soberanía de las Islas Malvinas y otra diametralmente opuesta era apoyar a la dictadura. Aunque seamos sinceros, un enorme sector social había aplaudido a los militares golpistas, y censurado a la democracia, tanto en los prolegómenos del 24 de marzo de 1976 como en la posterior ejecución del plan Videla-Martínez de Hoz. De ahí que la dictadura haya tenido un carácter cívico-militar ostensible e indiscutible.

Con un frondoso bagaje de lucha y de bronca organizada, la Multipartidaria convocaba a Plaza de Mayo para el 16 de diciembre de 1982 a una movilización de la civilidad, por la democracia y la vigencia plena de la Constitución. El nivel de representación política y social alcanzó ese día un punto de inflexión que la dictadura no dejó pasar por alto. Entonces, la fiesta cívica fue empañada una vez más con represión. Los criminales tiraron a matar y mataron. Dalmiro Flores, un joven obrero del gremio de la Construcción, cayó asesinado a pocos metros del Cabildo. Su sangre derramada no empañaba la salida democrática. La vigorizaba. Y ganó la República.

Treinta años después quienes tuvimos el honor de participar en aquella jornada histórica, sin rencores ni sed de venganza, continuamos recorriendo los caminos de la verdad y la justicia, unidos en la diversidad, con tolerancia, con respeto al que piensa distinto, porque pueblo somos todos y porque “para un argentino no puede haber nada mejor que otro argentino”.