La Conferencia Episcopal Argentina
(CEA) difundió un documento crítico de la situación actual del país en el que
afirma que “la Argentina está enferma de violencia”. En ese sentido advierte:
“Los hechos delictivos no solamente han aumentado en cantidad en agresividad”.
Asimismo expresa que “es evidente la incidencia de la droga en algunas
conductas violentas en el descontrol de los que delinquen”. En otro tramo
dice que “la corrupción, tanto pública como privada, es un verdadero ´cáncer
social´ (EG 60), causante de injusticia y muerte. Desviar dineros que deberían
destinarse al bien del pueblo provoca ineficiencia en servicios elementales de
salud, educación, transporte”. Seguidamente ofrecemos el texto completo de la declaración
que se titula “Felices los que trabajan por la paz”:
1. Como pastores
del pueblo de Dios -del que provenimos y al que queremos servir- nos dirigimos
a todos los miembros de la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad,
para compartir nuestra mirada sobre un aspecto inquietante de la realidad
nacional. Constatamos con dolor y preocupación que la Argentina está enferma de
violencia. Algunos de los síntomas son evidentes, otros más sutiles, pero de
una forma o de otra todos nos sentimos afectados. Queremos detenernos a
reflexionar sobre este drama porque creemos que el amor vence al odio y que
nuestro pueblo anhela la paz.
2. Son numerosas las formas de violencia que la sociedad padece a
diario. Muchos viven con miedo al entrar o salir de casa, o temen dejarla sola,
o están intranquilos esperando el regreso de los hijos de estudiar o trabajar.
Los hechos delictivos no solamente han aumentado en cantidad sino también en
agresividad. Una violencia cada vez más feroz y despiadada provoca lesiones
graves y llega en muchos casos al homicidio. Es evidente la incidencia de la
droga en algunas conductas violentas y en el descontrol de los que delinquen,
en quienes se percibe escasa y casi nula valoración de la vida propia y ajena.
La reiteración de estas situaciones alimenta en la población el enojo y la
indignación, que de ninguna manera justifican respuestas de venganza o de la
mal llamada “justicia por mano propia”. La creciente ola de delitos ha ganado
espacio en los diversos medios de comunicación, que no siempre informan con
objetividad y respeto a la privacidad y al dolor. Con frecuencia en nuestro
país se promueve una dialéctica que alienta las divisiones y la agresividad.
3. No se puede responsabilizar y estigmatizar a los pobres por ser
tales. Ellos sufren de manera particular la violencia y son víctimas de robos y
asesinatos, aunque no aparezcan de modo destacado en las noticias. Conviene
ampliar la mirada y reconocer que también son violencia las situaciones de
exclusión social, de privación de oportunidades, de hambre y de marginación, de
precariedad laboral, de empobrecimiento estructural de muchos, que contrasta
con la insultante ostentación de riqueza de parte de otros. A estos escenarios
violentos corremos el riesgo de habituarnos sin que nos duela el sufrimiento de
los hermanos. Todo lo que atenta contra la dignidad de la vida humana es
violación al proyecto de amor de Dios: la desnutrición infantil, gente
durmiendo en la calle, hacinamiento y abuso, violencia doméstica, abandono del
sistema educativo, peleas entre “barrabravas” a veces ligadas a dirigentes
políticos y sociales, niños limpiando parabrisas de los autos, migrantes no
acogidos e, incluso, la destrucción de la naturaleza. Hemos endurecido el
corazón incorporando estas desgracias como parte de la normalidad de la vida
social, acostumbrándonos a la injusticia y relativizando el bien y el mal. Es
creciente la tendencia al individualismo y egoísmo, de los cuales despertamos
sobresaltados cuando el delito nos afecta o toca cerca. El Papa Francisco
señala que “se ha desarrollado una globalización de la indiferencia...”
(Evangelii Gaudium 54).
4. Pero no nos ayuda culpar a los demás. Para lograr una sociedad
en paz cada uno está llamado a sanar sus propias violencias. Es necesario
reconocer las diversas crisis por las que atraviesa la familia, que es la
primera escuela de paz. En ella aprendemos la buena noticia del amor humano y
la alegría de convivir. Muchos niños y adolescentes crecen solos y en la calle
provocando el debilitamiento de los vínculos sociales. Esto también repercute
en la escuela.
Episodios de violencia escolar se desarrollan ante la mirada pasiva de algunos
hasta que es demasiado tarde. Muchos jóvenes ni estudian ni trabajan, quedando
expuestos a diversas formas de violencia.
5. La corrupción, tanto pública como privada, es un verdadero
“cáncer social” (EG 60), causante de injusticia y muerte. Desviar dineros que
deberían destinarse al bien del pueblo provoca ineficiencia en servicios
elementales de salud, educación, transporte. Estos delitos habitualmente
prescriben o su persecución penal es abandonada, garantizando y afianzando la
impunidad. Son estafas económicas y morales que corroen la confianza del pueblo
en las instituciones de la República, y sientan las bases de un estilo de vida
caracterizado por la falta de respeto a la ley. A ello se agregan mafias del
crimen organizado sin freno dedicadas a la trata de personas para la esclavitud
laboral o sexual, el tráfico de drogas y armas, los desarmaderos de autos
robados, etc.
6. Para construir una sociedad saludable es imprescindible un
compromiso de todos en el respeto de la ley. Desde las reglas más importantes
establecidas en la Constitución Nacional, hasta las leyes de tránsito y las
normas que rigen los aspectos más cotidianos de la vida. Sólo si las leyes
justas son respetadas, y quienes las violan son sancionados, podremos
reconstruir los lazos sociales dañados por el delito, la impunidad y la falta
de ejemplaridad de quienes tenemos alguna autoridad. La obediencia a la ley es
algo virtuoso y deseable, que ennoblece y dignifica a la persona. Esto vale
también para los reclamos por nuestros derechos, que deben ser firmes pero
pacíficos, sin amenazas ni restricciones injustas a los derechos de los demás.
Frente al delito, deseamos ver jueces y fiscales que actúen con diligencia, que
tengan los medios para cumplir su función, y que gocen de la independencia, la
estabilidad y la tranquilidad necesarias. La lentitud de la Justicia deteriora
la confianza de los ciudadanos en su eficacia. Algunos profesionales suelen
utilizar de modo inescrupuloso artilugios legales para burlar o esquivar la
justicia: también esto es inmoral.
7. La cárcel genera en la sociedad la falsa ilusión de encerrar el
mal, pero ofrece pocos resultados. El sistema carcelario debe cumplir su
función sin violar los derechos fundamentales de todos los presos, cuidando su
salud, promoviendo su reeducación y recuperación. Nos duele y preocupa que casi
la mitad de los presos no tenga sentencia. La mayoría de ellos son jóvenes
pobres y sin posibilidades para contratar abogados que defiendan sus causas.
Ningún delito justifica el maltrato o la falta de respeto a la dignidad de los detenidos.
Gracias a Dios algunos cumplen la palabra de Jesús: “Estuve preso y me
visitaron” (Mt 25,36).
8. Nos estamos acostumbrando a la violencia verbal, a las calumnias
y a la mentira, que “socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de
las relaciones sociales” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2486). Urge en la
Argentina recuperar el compromiso con la verdad, en todas sus dimensiones. Sin
ese paso estamos condenados al desencuentro y a una falsa apariencia de
diálogo.
9. Estos síntomas son graves. Sin embargo, en el cuerpo de nuestra
sociedad se encuentran también los recursos para afrontar el paciente camino de
la recuperación. Todos estamos involucrados en primera persona. Destacamos,
ante todo, el profundo anhelo de paz que sigue animando el compromiso de tantos
ciudadanos. No hay aquí distinción entre creyentes y quienes no lo son. Todos
estamos llamados a la tarea de educarnos para la paz.
10. Nosotros creemos que Dios es “fuente de toda razón y justicia”
y que los peores males brotan del propio corazón humano. El vínculo de amor con
Jesús vivo cura nuestra violencia más profunda y es el camino para avanzar en
la amistad social y en la cultura del encuentro. A esto se refiere el Papa
Francisco cuando nos invita a “cuidarnos unos a otros”. Jesús nos enseñó que
“Dios hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e
injustos” (Mt 5, 45). No hay persona que esté fuera de su corazón. En su
proyecto de amor la humanidad entera está llamada a la plenitud. No hay una
vida que valga más y otras menos: la del niño y el adulto, varón o mujer,
trabajador o empresario, rico o pobre. Toda vida debe ser cuidada y ayudada en
su desarrollo desde la concepción hasta la muerte natural, en todas sus etapas
y dimensiones. Jesús es nuestra Paz, en él encontramos Vida y Vida abundante. A
Él volvemos nuestra mirada y en Él ponemos nuestra esperanza para renovar
nuestro compromiso en favor de la vida, la paz y la salud integral de nuestra
querida Patria. Jesús nos dice: “Felices los que trabajan por la paz…” (Mt
5,9). Muchos ya lo están haciendo. Hay destacables iniciativas en escuelas,
parroquias, clubes, talleres artísticos y otras organizaciones de la sociedad.
Los alentamos a seguir siendo instrumentos de paz. Exhortamos particularmente a
la dirigencia a desarrollar un diálogo que genere consensos y políticas de
estado para superar la situación actual.
11. La Virgen de Luján, presente en el corazón creyente de tantos
argentinos y argentinas, nos anima y acompaña en nuestro empeño “…porque cada
vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y
del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los
débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse
importantes…” (EG 288).
Los
obispos argentinos
Pilar
- 107 Asamblea plenaria
8
de mayo de 2014, Solemnidad de Nuestra Señora de Luján. +