20 octubre 2018

¿POR QUÉ LES CAMBIAN EL NOMBRE A LOS LUGARES PÚBLICOS?



La avenida de los Constituyentes, de Villa Posse, en un tiempo, se llamaba General Bartolomé Mitre y la calle 20 de Junio, de Agustín Ferrari, se denominaba William Morris. Son numerosos los casos de cambios de nombres a calles y plazas que podríamos citar. Nos limitaremos a esos dos ejemplos porque el objetivo del presente artículo es un llamado a la reflexión y no la elaboración de un listado de sitios cuyos nombres han sido modificados. Veamos.

A veces los cambios obedecen a razones históricas, de reconocimiento a personalidades benefactoras, a hechos trascendentes para el derrotero de la comunidad local o de la República.  Otras, a intereses partidarios.

¿Es correcto imponer la preferencia partidaria del gobierno de turno para alterar la identificación del espacio público?

Precisamente, el espacio público -como su calificativo lo indica- es de todos, y todos pensamos diferente.

Por eso nuestro sistema constitucional republicano es pluralista y tolerante. Caso contrario caeríamos en el totalitarismo populista que pretende homogeneizar –un mismo color partidario-  y hegemonizar –someter al conjunto bajo un solo partido-  el dominio político en la sociedad civil. Es un error creer que todo es política. La sociedad civil posee autonomía natural, que debe ser respetada porque está amparada por la Constitución y las leyes. Por ejemplo, un club de barrio o una sociedad de fomento jamás tienen que estar sometidos a los intereses partidarios circunstanciales de una gestión municipal. En un barrio existe diversidad de ideas que requiere el respeto estatal, nunca su sometimiento. 

Pueblo somos todos y nadie puede arrogarse la representación excluyente del mismo. El artículo 22 de la Constitución Nacional establece: “(…) Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición”.

Un gesto de madurez institucional sería que nuestras autoridades municipales salvaguarden el espacio público de cualquier ataque a la pluralidad y la diversidad. Lamentablemente, en Merlo la gestión anterior cometió brutalidades insalvables y hemos visto derrumbar y robar bustos de próceres que nunca fueron restituidos. Un caso palmario es el de nuestra plaza Bernardino Rivadavia, que denunciáramos hace 14 años en el periódico El Progreso de Mariano Acosta.

La normativa en la Provincia de Buenos Aires ha preservado de la intoxicación partidista el patrimonio cultural e histórico, aconsejando que, para bautizar un lugar público con el nombre de una personalidad, debería hacerse diez años después de su fallecimiento.

El tiempo es juez y testigo. Además, calma las pasiones y nos ayuda a valorar los acontecimientos del pasado con imparcialidad, impidiendo, en muchos casos, que coloquemos coronas de laureles en cabezas de falsos próceres. O de corruptos. Es lo mismo.


Dr. Horacio Enrique POGGI