“Dejémonos interpelar por el Niño en el
pesebre, pero dejémonos interpelar también por los niños que, hoy, no están
recostados en una cuna ni acariciados por el afecto de una madre ni de un
padre, sino que yacen en los escuálidos «pesebres donde se devora su dignidad»:
en el refugio subterráneo para escapar de los bombardeos, sobre las aceras de
una gran ciudad, en el fondo de una barcaza repleta de emigrantes.