La barbarie antisemita pretende incorporarse
al debate público con brutalidades que nos retrotraen a épocas dominadas por la
intolerancia, la violencia y la muerte. “El mejor enemigo es el enemigo muerto”
era la consigna de la revista El Caudillo,
vocero de la Triple A, durante la nefasta década de los años 70. Aquella bacanal
de sangre desembocó en la peor dictadura del siglo 20. Hoy, algunos resabios
permanecen ocultos y asoman en momentos particulares, en los que debería primar
la prudencia en la busca del esclarecimiento del deceso del fiscal Natalio Alberto
Nisman. Herederos de una tradición asociada al nazismo, se las ingenian en la paráfrasis
y el horror. Así, nos encontramos con expresiones funcionales a quienes solo
pretenden naturalizar la barbarie antisemita como ayer naturalizaban sus
crímenes ante la indiferencia de la sociedad. Permanecer indiferentes –o neutrales-
es un acto de cobardía y un síntoma de entrega, de bajar la guardia, de
rendirse, para que se enseñoreen en nuestra sociedad los asesinos de siempre.