La fábrica tabaquera de la
familia Posse hasta 1906 –año en que se constituye en la sociedad anónima
Compañía General de Tabacos- atravesó por momentos de alta conflictividad obrera,
según la documentación a la que hemos tenido acceso. Ello sucedió cuando estuvo
manejada en forma unipersonal por Juan Posse, iniciador del negocio el 4 de
julio de 1874 con una humilde cigarrería situada en Lavalle y Florida (ver
Horacio E. Poggi, Juan Posse, el tabaquero mitrista. Origen y fundación de
Mariano Acosta, Buenos Aires, Dunken, 2013).
En marzo de 1892 –las
instalaciones de La Popular funcionaban a pleno, en Maza y México- Juan Posse
despidió sin justa causa a un capataz. Los trabajadores reaccionaron y de
inmediato organizaron una huelga exigiendo la pronta reincorporación del obrero
despedido. El día 17 se juntaron en la puerta de la fábrica sin ocasionar
disturbios. Pero Juan Posse no toleró la protesta y llamó a la policía para que
procediera a despejar por la fuerza las inmediaciones de su fábrica. Los
manifestantes fueron intimados a abandonar el lugar. Ante la negativa y previos
escarceos, empellones e insultos, la policía desató una violenta represión que
culminó con la detención de 70 trabajadores (La Prensa, 18 de marzo de 1892). En
la jornada siguiente, continuó la huelga. Sólo concurrieron a trabajar 30
obreros de los cientos que empleaba La Popular. La situación se calmó con el
transcurso de las semanas y el 7 de junio el diario La Nación -en tapa y bajo
el título “La recompensa del trabajo”- le dedicó un panegírico a la empresa de
Juan Posse y a él en particular, fiel devoto de la causa política liderada por
el general Bartolomé Mitre, dueño del matutino que oficiaba de vocero de la
oligarquía mercantil porteña.
Recordemos que por entonces
los obreros carecían de leyes laborales que los protegieran de la explotación
patronal. En ese contexto de desprotección social, el método de defensa de los
intereses obreros eran la huelga y el boicot, y a ellos apelaban los
trabajadores –instados por sindicalistas anarquistas la mayoría de las veces-
para hacer valer sus derechos frente a la insensibilidad de los patrones.
Otro conflicto en La Popular
que ha quedado registrado, tuvo lugar a fines de 1901 y provocó un fuerte
impacto en la opinión pública de la época. La Federación Obrera Argentina (FOA)
le declaró una huelga y boicot a Juan Posse en reclamo de mejoras salariales. La
medida sindical se extendió durante tres agitados meses. La fábrica quedó
paralizada y Juan Posse mantuvo, por un lado, una posición intransigente ante las
demandas de los trabajadores, y por el otro, les exigía a las autoridades
policiales y judiciales que el secretario de la sociedad de Maquinistas Bonsak,
G. A. Cartei, fuera a parar a la cárcel. Pero al representante de los obreros
lo defendió Alfredo Palacios, entonces un joven abogado socialista, quien logró
la absolución del acusado y la furia de Juan Posse (Gonzalo Zaragoza, Anarquistas argentinos (1876-1902), Madrid, Ediciones de la Torre, 1996, p.
329).
El comportamiento de Juan
Posse con sus empleados era repudiable desde dónde se lo mirara, a pesar de su
procedencia humilde y de haber vivido situaciones de extrema necesidad durante
su niñez y juventud. Sin embargo, practicaba la bondad con sus amigos y
allegados, lo que le permitía ganarse la simpatía de la oligarquía mitrista a
la que adhería con fanatismo militante. La jugada era clara: mano dura con los
obreros y cortesía con la alta sociedad. Así, se presentaba en público como un
personaje pintoresco –ostentaba modales criollos acentuados- y sus pares de
clase le reconocían su ascenso y fortuna.
A partir de 1906, la fábrica
Juan Posse y Cía. deja de ser un negocio manejado en forma unipersonal y se
convierte en la sociedad anónima Compañía General de Tabacos, en cuyo
directorio comienza a sobresalir el vicepresidente Rodolfo Posse. La relación
con los obreros mejora sustancialmente y desaparecen los conflictos de antaño. Juan
Posse, entretanto, se dedica a viajar por el mundo con frecuencia y la
responsabilidad de la gestión de la fábrica recae en Don Rodolfo, de apenas 21
años de edad, aunque dotado de una particular capacidad para los negocios
ganaderos e industriales.
Conclusión: Las evidencias
históricas nos permiten saber que Don Rodolfo, el fundador real de nuestro
pueblo, se preocupó por “la promoción de las clases trabajadoras” (La Nación,
19 de marzo de 1963, p. 7), ofreciéndoles facilidades en la compra de lotes y
casas en las Villa Posse de Merlo, Rosario y Córdoba. Mientras que Juan Posse, el
exitoso tabaquero mitrista, era considerado por los obreros de su propia fábrica
como “uno de los más déspotas y crueles entre los explotadores de Buenos Aires”
(Gonzalo Zaragoza, ibídem).
Dr. Horacio E. POGGI
Centro de Estudios Históricos “Mariano Acosta”